El Otro en Mí.
Deambulo por la ciudad mirando, observando, inventando historias sobre la gente
que se cruza en mi camino.
He aprendido que en las relaciones —todas, sin
importar cómo se definan— el espejo no está afuera, está en nosotras y
nosotros. Lo que nos atrapa, lo que nos hace reír, lo que nos irrita o nos
engancha, muchas veces dice más sobre nuestro propio paisaje interior que sobre
el otro.
No me interesa el
drama; me interesa la claridad que surge en el caos. Ese momento en que un
gesto revela lo que no sabías que estabas buscando, o cuando un silencio se
siente más cierto que mil palabras. Me pregunto: ¿por qué seguimos esperando
que alguien nos “complete”? ¿Por qué seguimos corriendo detrás de espejos que
deforman nuestra propia imagen? ¿Qué estamos evitando ver de nosotras y
nosotros mismos?
Observo, con
curiosidad y distancia, los pequeños rituales de la ciudad: un grupo de amigos
riendo en una terraza, un paseante solitario con auriculares, alguien leyendo
en un banco. Todo eso me habla de los vínculos, de las dependencias, de los
deseos y de los miedos, y de los míos. Todo eso me recuerda que la verdadera
relación que vale la pena cuidar es con nosotros mismos, antes de proyectar
nuestras carencias en el otro.
No hay recetas,
solo preguntas que abren ventanas: ¿cómo mirar al otro sin perder la propia
luz? ¿Cómo permitir que el vínculo sea un reflejo y no una prisión? La
respuesta, si existe, empieza cuando dejamos de huir de nuestra propia
curiosidad y de nuestra capacidad de sorprendernos con lo que somos y con lo
que otros muestran, aunque no siempre sea obvio.
El otro está en
nosotros. Y nosotros, en el otro. Si no hay Otro, el inconsciente no existe. Nuestros
líos internos, los deseos raros y las broncas que cargamos, no aparecen de la
nada. Y eso significa que tenemos que mirarnos de frente: ver qué estamos
proyectando, qué queremos de verdad y dónde nos estamos resistiendo a ser
sinceros con nosotros mismos.
Lola T.
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