¿Llamar o no llamar después de tanto tiempo?
El dilema eterno

Recibo una llamada de una amiga con esa voz que ya conozco demasiado bien. Es una mezcla de culpa y curiosidad, un tono entre el susurro cómplice y la confesión de quien se está por lanzar —una vez más— al abismo de lo conocido, pero no resuelto.

—No sé si llamarla.
—¿A quién?
—A mi amiga. Bueno, ex amiga. Bueno, no sé.

Y ahí empieza todo. De eso que queda cuando la conversación se termina, pero el lazo, por alguna razón, sigue ahí, flotando, como un archivo en la nube que no sabes si eliminar o simplemente dejar olvidado.

Silenciar es una manera de poner pausa. No llamar es una forma de decir “no más”. Llamar, entonces, se convierte en un acto casi ritual. No siempre significa reconciliación, ni siquiera perdón.

Los estragos de la inocencia, la edad y los impulsos.

Una vez, inesperadamente, hasta a mí me cogió por sorpresa, llame a alguien muy importante para mí. No para saldar cuentas sino solo, por pura emoción. Del teléfono, salió una frase que me dejó sin aliento. Literalmente. La otra persona me dijo como todo su aplomo:

- He estado pensando… que tú y yo… ¿de qué vamos a hablar?

Dicha así, sin anestesia, la frase fue un disparo certero y mortal al centro exacto de mi vulnerabilidad. Y que verdad es eso de que no hiere quien quiere, sino quien puede.

La frase me fulminó en seco en medio segundo, y menos. Y fue el resultado de mi ingenuidad, de mi torpeza emocional, y de un ego desbordado que avanzó sin mapa por un terreno pantanoso. Me lancé a ciegas, sin medir alturas ni impactos. Un salto base sin paracaídas. No había conocimiento, solo entusiasmo, inconsciente y peligroso.

Nunca jamás se me volvió a ocurrir levantar el teléfono. No por rencor. Por autodefensa. Desaparecí entre las sombras con el corazón en los huesos y un disparo a bocajarro en el ego del que hoy todavía, no me he recuperado.

Pero el silencio no siempre es negativo. A veces es protección. A veces es un “hasta aquí llego yo”, dicho con la dignidad de quien no quiere exponerse a las esquirlas emocionales de un pasado. Y eso está bien. Como también está bien volver a llamar por nostalgia, por ternura, o porque sí.

Pero hay una trampa. La trampa de esperar algo. Un mensaje. Una disculpa. Un guiño. Esa expectativa —silenciosa, infantil, inconfesable— es la que convierte el acto de volver a llamar a alguien, a pesar del tiempo transcurrido, en una jugada emocional de alto riesgo.

Cuando mi amiga me preguntó qué hacer, no le hablé de la otra persona. Le hablé de ella. De lo que busca, de lo que espera, de lo que teme. Porque el dilema no está en el botón. Está en lo que proyectamos sobre él. En lo que queremos que el otro haga una vez abierta la puerta.

Estas relaciones que se han quedado a mitad de camino entre la vida y la muerte, son como obras inacabadas. No hay final concreto. Solo el silencio, esa zona gris donde todo puede reactivarse o simplemente seguir en pausa indefinida.

Y duele más de lo que uno cree. Porque no hay manual. Porque no hubo despedida. Porque no se cerró la herida, solo se cubrió. Y a veces, volver a marcar el número, que por otro lado no se olvida, es quitarle la venda, solo para ver si todavía sangra.

¿Mi consejo? Llámala si no te duele. O llámala, aunque duela, pero sabiendo que no estás buscando que el otro venga a curarte. Que lo haces por ti. Por tu paz. Por poder mirar tu teléfono sin sentir que hay una herida latente allí, esperando.

Y si no puedes, no vuelvas a llamar. No te fuerces. Porque a veces cuidarse también es sostener la barrera.

Al final, la gran pregunta no es si llamar o no, después del tiempo transcurrido. Es: ¿qué estoy buscando en este acto? ¿Un cierre? ¿Una señal? ¿Una revancha? ¿Un milagro?

Y si la respuesta es cualquiera de esas, entonces aún no es momento.

Las relaciones nos forman, nos deforman, nos modelan y, a veces, nos arrasan. Pero también nos enseñan. Nos invitan a vernos, a descubrir qué partes de nosotros se activan ante la presencia —o ausencia— del otro.

Quizás volver a marcar el número de teléfono de alguien, no sea un signo de rendición ni de madurez. Tal vez sea, simplemente, una forma de decir: puedo mirar esto sin romperme. O no. Porque volver a llamar a alguien no siempre cambia algo en la relación. Pero puede cambiar algo en uno mismo. Y a veces, con eso basta.


Lola T,

www.dolorestorres.com

Comentarios

Entradas populares de este blog